Así sucede que son muchas personas las que viajan en avión, pero muy pocas las que saben lo que es volar.
Un pasajero espera en la terminal aérea, ve los aviones a través de un cristal de varios metros cuadrados, desde un cubículo con aire acondicionado y música suave. En el exterior, el ruido de un motor es solo un murmullo suave, amortiguado, un simple telón de fondo para la música. En algunas terminales, la realidad es casi servida a los pasajeros en fuentes de plata, ya que sus ropas pueden ser batidas por las mismas ráfagas de aire de los motores y las hélices, las mismas y sagradas ráfagas que batieron las casacas de los grandes hombres del aire en antaño. Y el avión esta allí, inmenso, sobre sus cabezas, ese avión que ha volado muchas horas y que seguirá volando muchas más antes de ser reemplazado por uno más moderno. Aun así, son tantas las veces que esta ráfaga de aire que choca con nuestra vestimenta, constituye solo una molestia; y los grandes aviones pasan casi inadvertidos para esos pasajeros, cuya única preocupación es encontrar rápidamente su puerta de embarque, salir del autobús lo más rápido posible para subir la escalerilla y refugiarse en el interior climatizado del avión, escapando incluso del viento. Y el avión que tiene tanto que ofrecer a aquellos que se toman la molestia de observar, ¿pasa también desapercibido? La curvatura de su ala que ha cambiado la historia y la trayectoria de la humanidad ¿Pasa sin ser tomada en cuenta?
Vaya,
quien lo diría. No pasa desapercibido. Allí, en medio del viento con las manos
en los bolsillos, con su chaleco fluorescente, caminando y observando cada
detalle esta quizás quien más aprecie todo esto, sin prestar atención a los
pasajeros, estudia atentamente el avión. Supervisa que no existan filtraciones
en las mangueras del sistema hidráulico, que todo esté en orden y limpio en las
enormes cámaras del tren de aterrizaje en los planos. Las propias ruedas y los neumáticos,
todo parece estar bien. Camina alrededor del avión, observándolo, gozando de él
con una sonrisa en los labios.
El
cuadro esta completo. Los pasajeros se acomodan en sus blandos asientos y, muy
pronto emprenderán el vuelo en una maquina que muchos ni comprendieron ni intentaron
comprender. El primer oficial y el capitán lo comprenden, y quizás el que más
lo comprende es ese extraño sentado ahora en el tercer asiento de la cabina, les importa la nave y
cuidan de ella. Así nadie queda olvidado; el avión se siente feliz, la tripulación
de vuelo y los pasajeros se encuentran listos para partir.
Sin
embargo, aun así, el avión está dividido en dos partes. En la cabina de
pasajeros surge siempre entre alguien un temor irracional, una posible sensación
de que este podría ser el último viaje, consciente de los accidentes anunciados
en los periódicos e internet; se siente una cierta tensión en ese reducido
espacio donde habitan temporalmente 110 almas, que va aumentando cuando avanza
el acelerador y todos esperan que el viaje llegue a feliz término, antes que
las páginas web anuncien la próxima catástrofe. Unos pasos adelante entramos en
la cabina de la tripulación de vuelo, el capitán está sentado a la izquierda,
el primer oficial a la derecha, y un poco atrás donde hace algunos años debería
haber estado el ingeniero de vuelo, sustituido por modernas computadoras que
realizan su labor en cuestiones de segundos, sentado en un asiento generalmente
ocupado por un instructor, un extraño, no es común que el este allí, pero quizás
sea quien más lo disfruta; al frente de todos, numerosos instrumentos,
pantallas, botones e indicadores. Todo ocurre de manera tranquila y rutinaria,
porque se ha vivido una y otra vez, lo aceleradores avanzan bajo una misma
mano, las revisiones y comprobaciones de los instrumentos del motor y de la
velocidad que se incrementa suavemente, una mano que estaba apoyada en el
control de dirección de la rueda delantera cambia de posición, hacia la columna
de control, en los momentos en que los controles de vuelo entren en acción poco
antes del despegue, se escucha la voz del primer oficial al leer el indicador
de velocidad: “V-UNO”. Es una clave, que significa: “capitán, estamos obligados
a emprender el vuelo; ya no hay posibilidad de detener el avión sin vernos
obligados a salirnos de la pista”.
“V-ERRE”
y bajo la mano del capitán, el bastón de mando retrocede ligeramente… “ROTACION”
y la rueda delantera despega del suelo. Una breve pausa, las ruedas principales
quedan en libertad y el avión esta en el aire. La mano del primer oficial se
adelanta hacia el conmutador rotulado “Landing Gear”, deslizándolo hacia arriba
hasta la posición “UP”, y se escucha un roce áspero desde las profundidades de
la nave, cuando las enormes ruedas, girando todavía, ingresan aparatosamente en
sus recamaras.
“V-DOS”…
cuyo significado es: “A esta velocidad, si perdemos un motor, podemos seguir ascendiendo”.
El despegue queda señalado por anotaciones que indican lo que podemos hacer si
en estos momentos perdemos un motor. Para la tripulación, el despegue es el
comienzo de una etapa interesante, donde habrá muchos pequeños problemas que
resolver. Son problemas reales, pero no difíciles. Son ese tipo de problemas
que la tripulación soluciona cada hora, en todos los vuelos. ¿Cuál es la hora
estimada de llegada a la próxima intersección?, ¿Cuál es el informe del tiempo
para esta zona? Sintonizar por la radio el próximo centro de contacto para
indicar posición, corregir la radio de navegación 2 que debería estar en 117.50
megaciclos, Mantenga el rumbo de 236 grados durante un tiempo, luego agrega
tres grados y estabilice en 239, para efectuar las correcciones de acuerdo a
los vientos… esas pequeñas cosas.
Los
problemas son pequeños, conocidos y amistosos. ¡De vez en cuando surge un
problema mayor!, pero eso es parte de la diversión y así el vuelo se transforma
en un modo de vivir agradable y renovado. Si la puerta que separa la cabina de
vuelo de la cabina de pasajeros no fuese tan efectiva separando este avión, la
confianza, el interés y lo maravilloso de volar podrían filtrarse y acabar con
el temor, la tensión y la apatia que podrían existir allá atrás.
Cuando estas allí, no puedes evitar maravillarte
por lo que ves, blancas nubes como algodón de azúcar, tan enormes que abarcan
cientos y cientos de kilómetros, no puedo evitar pensar que el paraíso seguramente
debe verse similar a esto, de vez en cuando el “colchón de nubes” nos deja un
agujero por donde observar de dónde venimos, casi como recordándonos, que
estamos aquí solo prestados, no es nuestro hogar, y que tarde o temprano
debemos volver. Viendo la inmensidad de esas montañas, lo perfecto de ese azul
cielo, y el reflejo destellante del sol sobre los cuerpos de agua no puedo
evitar pensar que en realidad muchos son ilusos al creerse libres. Nos sentimos
libres porque nuestras jaulas de concreto y metal son de grandes proporciones…
JÁ, grandes proporciones… si solo tuviesen un segundo para admirar todo el
espacio libre alrededor nos daríamos cuenta que nuestro espacio seguro, nuestro
hogar, no es más que una pequeña estampilla en la inmensidad de nuestro hermoso
planeta azul. Muchos vuelan a diario pero ¿Habrán llegado a la misma conclusión
que yo? ¿Se darán cuenta de las cosas que me doy cuenta yo?... La aviación es
la más tangible muestra de lo sublime y lo increíble, de eso ya no hay duda.
Por mi
parte lo único que me perturba es no ser yo quien esté detrás de esos mandos,
me siento como incompleto, incluso algo incomodo. Tan cerca pero a la vez tan
lejos. Es curioso pero incluso los pilotos de aerolíneas, cuando vuelan como
pasajeros, o de infiltrados como yo, sienten la misma sensación, inclusive, hasta
un poco de nerviosismo. Cada piloto se sentiría mejor si fuese él quien
estuviese tras los controles y no sentado frente a una puerta que no admite
replicas, como si no existiera nadie allá adelante que manejase el avión. Para
los pilotos que vuelan como pasajeros, desaparece toda la diversión. Se
transforman en desconfiados y hasta temerosos hasta cierto punto. Siempre subsistirá
esa criatura interior que critica la forma de pilotar una aeronave. No importa
que asiento ocupes, si el ultimo de esos 110 asientos o el que está justo detrás
de los pilotos en la cabina, cualquiera que tenga ese ímpetu y el amor por esto
como nosotros, voceara silenciosamente durante el aterrizaje ordenes inaudibles
al piloto: “Ahora no!”… “te pasaste!”… “Vira
ahora!!! Ahora”… “Baja el tren”… “Eso es”…”Vas demasiado bajo”… “sube un pelo” …
“esoooo justo allí”. Las ruedas toman contacto con el pavimento con un golpe
seco y sordo, y sonreír y pensar “Esta bien, pero yo podría hacerlo con mas
suavidad”
Caminar por la plataforma, alejándote del avión
tras de ti, detenerte un instante para volverlo a verlo, mirar al cielo y
recordar que estuve allí, acto seguido parafrasear en la mente a Leonardo Da Vinci… he probado el cielo, sin
duda he estado allí, y allí es a donde ¡deseo volver!
Escrito
por:
Daniel
Flores (“Truco”)
Presidente
de Aviamil
@TrucoAv
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